BERKELEY-(UC)— La obesidad, generalmente asociada al consumo excesivo de alimentos, afecta a más del 50% de madres en hogares donde el acceso a alimentos saludables es tan limitado que se pasa hambre, según un estudio de la Universidad de California.
“Si bien no se sabe el porqué de ésto, es probable que esté relacionado con el papel de la mujer de cuidar de la familia y proteger su salud a través de la distribución selectiva de los escasos recursos alimenticios”, apunta Patricia B. Crawford, especialista en nutrición con la Universidad de California en Berkeley.
Crawford y Lucía Kaiser, especialista en nutrición con Extensión Cooperativa de la UC, junto con colegas del Grupo de Trabajo del Peso Corporal y la Salud de Extensión Cooperativa, llevaron a cabo entrevistas bilingües con 561 mujeres latinas de pocos recursos con hijos entre 3 y 6 años de edad y quienes en su mayoría llevan poco tiempo viviendo en los EE.UU. Las entrevistadas residen en los condados rurales de San Benito, San Joaquin, Stanislaus y Tulare, y otras en los condados urbanos de Contra Costa y Sacramento.
Las investigadoras hallaron que casi 8 de cada 10 de las madres entrevistadas tenían sobrepeso u obesidad y 22% de sus hijos pequeños tenían sobrepeso. En 60% de los hogares había inseguridad alimentaria, es decir la falta de acceso, en diversos grados, a alimentos nutritivos durante algunos días cada mes.
“El sobrepeso ha reemplazado a la desnutrición como el problema nutricional de mayor incidencia entre los pobres”, apunta Kaiser. A pesar de que la obesidad y el sobrepeso han aumentado entre la población estadounidense durante los últimos 30 años, en décadas recientes se ha registrado el mayor aumento de peso en adultos y niños en hogares con pocos recursos.
Crawford y Kaiser hallaron una relación directa entre la obesidad en las madres y la inseguridad alimentaria. Entre mayor era la falta de acceso a alimentos saludables, mayor era la probabilidad de obesidad en la madre, condición que se encontró en 37% de las madres. Otro 40% tenía sobrepeso, un porcentaje similar a la tasa nacional entre mujeres mexicoamericanas, de las cuales 32% tiene sobrepeso y 40% obesidad.
“El sobrepeso no es sólo función de la cantidad de alimento que se consume y puede ocultar otros problemas nutricionales que se presentan cuando las familias no tienen suficiente dinero para alimentarse”, precisa Crawford.
Las especialistas y su equipo consideran que el fenómeno de la obesidad, aun cuando persiste el hambre, se debe a cambios mensuales, temporales y cíclicos relacionados con la fluctuación de ingresos, el acceso a asistencia pública, la disponibilidad de alimentos y otros cambios en las circunstancias de la familia y del hogar que posiblemente favorecen patrones alimenticios que fomentan el incremento de peso.
“Por ejemplo, durante períodos cuando hay dinero disponible para la compra de alimentos, puede haber ocasiones en que la familia come en exceso para compensar por los tiempos de escasez”, observa Kaiser. “Cuando hay alimentos y dinero disponibles, las familias pueden comer más entre comidas y en restaurantes de servicio rápido. Y durante períodos de inseguridad, el patrón de las comidas puede quedar alterado y se tiende a comer alimentos más baratos y con un alto contenido de grasa”, señala.
En un análisis detallado de la despensa familiar, las investigadoras encontraron que las fluctuaciones en las provisiones de alimentos afectan a toda la familia, incluso a los niños de edad preescolar. Al aumentar la inseguridad alimentaria en los hogares participantes, disminuyeron las provisiones de alimentos saludables como plátanos, yogur y jitomate mas no los productos menos nutritivos y costosos como el Kool-Aid, los hot dogs y cereales endulzados para el desayuno.
Entre los niños del estudio, se encontraron 22% con sobrepeso, el doble de la tasa nacional en niños mexicoamericanos entre los 2 y 5 años de edad. Las investigadoras creen que hay una mayor probabilidad de que las madres que sufrieron niveles severos de inseguridad alimentaria en la niñez estén criando a niños con sobrepeso. “Es decir que el haber estado expuesto a la inseguridad alimentaria puede influenciar a la siguiente generación”, apunta Crawford.
Además de padecer enfermedades crónicas en la infancia, estos niños pueden convertirse en adultos obesos o con sobrepeso y sufrir problemas de la vesícula, incontinencia, problemas respiratorios, depresión, degeneración de las articulaciones, cáncer, diabetes, presión arterial o colesterol altos, enfermedades del corazón y hemorragia cerebral. En las mujeres, las complicaciones pueden incluir irregularidades del ciclo menstrual, infertilidad o complicaciones durante el embarazo.
”La obesidad es un problema extremadamente complejo en el que influyen muchos factores”, precisa Kaiser, “y las intervenciones exitosas deben incluir una variedad de métodos y participación con otras agencias”. Las integrantes del Grupo de Trabajo del Peso Corporal y la Salud consideran que deben incluirse cambios en los programas de asistencia pública alimentaria, la industria de los alimentos, las escuelas y la comunidad en general. “Se debe brindar un respaldo efectivo para mejorar la seguridad alimentaria de poblaciones de pocos ingresos que incluya estrategias educativas y provisión de alimentos nutritivos para fomentar una buena alimentación tanto en casa como fuera de ella”, apunta Kaiser.
Los programas de asistencia pública alimentaria pueden ayudar a los bancos de alimentos y despensas de ayuda emergente a ofrecer provisiones de alimentos saludables; asegurarse que el uso de estampillas para alimentos sea sencillo para quien compra, vende y cultiva los alimentos; patrocinar y promover programas que unen a fuentes de alimentos saludables con poblaciones de recursos escasos; mejorar la distribución de estampillas de alimentos para incluir a las personas mayores y los trabajadores de ingresos limitados y asegurar la disponibilidad de educación sobre nutrición a toda familia que experimente inseguridad alimentaria.
Datos preliminares indican que la participación en programas de asistencia pública alimentaria pueden mejorar la selección de alimentos y reducir la incidencia del sobrepeso. Por ejemplo, un estudio hecho por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades concluyó que el programa WIC para hijos de adultos con ingresos limitados provee alimentos con los nutrientes esenciales sin contribuir al sobrepeso.
Asimismo, las escuelas pueden aprovechar su posición como el mejor lugar, aparte del hogar, donde los niños aprenden buenos hábitos alimenticios. Pueden enseñar los beneficios de una alimentación saludable y de la actividad física; aumentar la duración de clases de educación física que promuevan actividades que pueden hacerse de por vida como bailar, ejercicio aeróbico, levantamiento de pesas y natación; promover a clubes o grupos de apoyo mutuo donde los estudiantes puedan estudiar y poner en práctica lo aprendido acerca de la alimentación saludable y la actividad física; patrocinar eventos de actividades físicas para la familia y crear un ambiente de seguridad emocional donde se anime a todos a participar en actividades físicas sin importar su tamaño o habilidad.
Los grupos comunitarios pueden trabajar para establecer zonas limpias y seguras en la comunidad que propicien las actividades físicas y recreativas fácilmente al haber banquetas, cruces marcados, caminos para bicicletas o peatones, parques y áreas verdes; educación física y nutrición en las escuelas y porciones más pequeñas y más saludables en los restaurantes.
“Poner en práctica estas recomendaciones puede dar a los miembros de una comunidad la confianza de elegir un estilo de vida saludable”, asevera Kaiser.
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Este artículo se basa en una investigación publicada en la revista California Agriculture, http://calag.ucop.edu/, edición de enero-marzo del 2004, Vol. 58, No. 1.