DAVIS-(UC)-La
agricultura en California, por lo general, ha dependido de trabajadores
inmigrantes. El siglo pasado, inmigrantes chinos trabajaban en las granjas hasta
que el gobierno puso fin a su inmigración en 1883. Les siguieron trabajadores
japoneses. Al igual que ahora, muchos inmigrantes no habían recibido educación
formal. La preocupación general que causaba su presencia en las ciudades hizo
que el gobierno norteamericano llegara a prohibir la entrada a los mayores de 16
años que no pudiesen leer en por lo menos un idioma. Los agricultores en
California lograron que se excluyera a los mexicanos, dominando pronto éstos la
fuerza laboral en muchas zonas.
En
la actualidad, en California han desaparecido casi por completo los trabajadores
agrícolas nacidos en EE.UU. Según la Encuesta Nacional de Trabajadores
Agrícolas, el 95% son inmigrantes hispanos y 91% provienen de México. En la
década de los 80, los trabajadores agrícolas indocumentados representaban entre
el 20 y 25%; actualmente esta cifra se calcula en un 42%.
En
un artículo publicado en la edición de enero-febrero de la revista California
Agriculture, Philip L. Martin y J. Edward Taylor, profesores del Departamento de
Agricultura y Recursos Económicos de la Universidad de California, precisan que
la agricultura en el estado siempre se ha caracterizado por olas de recién
llegados que trabajan por temporada y reciben salarios bajos; más adelante,
salen del campo para realizar otra clase de labores o regresan a su país de
origen.
La
demanda de trabajadores cambia de un lugar a otro del estado, reflejando los
diferentes tiempos de maduración de las cosechas. Al terminarse las cosechas
hacia el final del otoño y principio de invierno, algunos trabajadores regresan
a México. Otros emigran nuevamente al sur de California y a Arizona para la
cosecha de verduras invernales. La mayoría se quedan en las zonas donde
realizaron labores agrícolas, sin trabajo y en espera del inicio de una nueva
temporada de cosecha en ese lugar. La encuesta encontró que entre el 20 al 40%
de los trabajadores están dispuestos a seguir la demanda, logrando así trabajar
de 8 a 10 meses al año.
El
número de empleos agrícolas se ha mantenido sorprendentemente estable desde la
década de los 60 gracias a la continua disponibilidad de trabajadores de
temporada. Esto se ha debido al incremento en consumo de frutas y verduras en
Estados Unidos, la mayor producción de cultivos que requieren una intensa labor,
la transferencia de parte de la labor de empaque al campo y mejoras
tecnológicas. Hoy día, 35,000 empleadores agrícolas contratan entre 800,000 a
900,000 trabajadores del campo anualmente.
Según
encuestas del Departamento del Trabajo, a mediados de los 90, casi 60% de los
trabajadores agrícolas vivían con sus familias, la mayoría con un promedio de
tres hijos. Del total entrevistado, 40% tenían a sus familias fuera del país,
53% contaban con menos de cinco años en EE.UU. y 26% menos de
dos.
Lo
reciente de su llegada refleja, irónicamente, el aumento inesperado en
inmigrantes durante los años 90 tras la firma en 1986 de la Ley de Reforma y
Control Migratorio (IRCA) que otorgara estatus legal a un total de 2.8 millones
de residentes y trabajadores indocumentados con el propósito de dar a la
industria agrícola una fuerza laboral legal. Esta ley estableció además dos
programas legales para que los empleadores pudiesen contratar inmigrantes si les
faltaran trabajadores.
Seis
años después, la Comisión Federal de Trabajadores Agrícolas (CAW) pidió el fin
de leyes de inmigración especiales para la agricultura, la renovación de
esfuerzos para reducir la inmigración ilegal y el cumplimiento de leyes
laborales. Sorprendiendo a muchos, recomendó también mayores servicios federales
y estatales para los trabajadores, incluyendo vivienda y servicios que
asegurasen igualdad de oportunidades para sus hijos.
Apuntan
Martin y Taylor que el salario que devenga un trabajador agrícola es apenas la
mitad del salario promedio anual en la manufacturación. Puesto que los
trabajadores agrícolas trabajan la mitad de las horas que quienes laboran en
fábrica, ganan en realidad aproximadamente una cuarta parte de ese salario. Esta
diferencia ha ido en aumento, ya que pocos trabajadores agrícolas reciben
beneficios adicionales, como seguro médico.
El
aumento en indocumentados durante la década de los 90 fue tal que incrementó
también el riesgo de sanciones a empleadores por violar leyes migratorias y
laborales. Surgieron entonces los contratistas, numerando en California 1,300
registrados en 1995. Su función consiste en proporcionar a las granjas equipos
de 20 a 40 trabajadores para trabajos que duran generalmente unas cuantas
semanas. Esfuerzos en 1998 de hacer cumplir las leyes laborales encontraron que
90% de los contratistas inspeccionados habían cometido violaciones mayores,
inclusive no pagar el salario mínimo. Por otra parte, continúa la preocupación
de los agricultores sobre la disponibilidad de trabajadores, su uso de personas
bilingües para contratarlos y sus incursiones en la política migratoria
gubernamental para asegurar su fuerza laboral.
En
la década de los70, los sindicatos jugaron un papel importante en el futuro de
la agricultura; el más conocido, el United Farm Workers, llegó a tener 67,000
miembros en 1973. Sin embargo, para 1999 existían menos de 300 contratos
sindicales y cerca de 200 cubrían a menos de 10 trabajadores cada uno en granjas
lecheras. Han surgido, por otra parte, organizaciones étnicas de trabajadores
agrícolas cuyo propósito es ayudarse mutuamente. La Mesa de Relaciones Laborales
Agrícolas, que ha certificado a 10 sindicatos desde mediados de los 70, ha
reconocido a algunas como tales. Un ejemplo de estos grupos son los "comités
cívicos" formados por indios mixtecos y zapotecas provenientes del estado de
Oaxaca en México.
Señalan
Martin y Taylor que si la principal fuente de trabajadores agrícolas continúa
siendo los inmigrantes, las características de los mismos determinarán el grado
de presión que se ejerza a favor de incrementos salariales y mejoras en
beneficios. Apunta Martin que los campesinos que crían a sus hijos en California
encuentran que generalmente rehusan ingresar a la agricultura, por lo que la
mayoría de los trabajadores que lo hacen por primera vez son de fuera del país o
del estado.
Taylor
y Martin opinan que, en realidad, la política migratoria federal es el factor
más importante que delineará el futuro de la fuerza laboral agrícola en el
estado.
Señalan
que la necesidad de programas de trabajadores inmigrantes se ve contradecida
actualmente ya que en muchas ciudades en California donde viven trabajadores
agrícolas, el índice de desempleo es del 20 al 35% aún en septiembre, mes de
mayor demanda de trabajadores en esa industria. Queda por verse si el futuro de
la agricultura en California continuará haciendo eco a su historia.
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